La relación entre la filosofía y su historia según R. Rorty, J. B. Schneewind y Q. Skinner

Una historia debería permitir distinguir una trama de características culturales lo bastante amplia, para que logre un tránsito en la lectura, a través de los siglos, sin preguntar por qué se han pensado o hecho eso. Estas características de la historia, obligaría a desplegar una discusión entre autores de distintas épocas, generando una incomunicación por lo voluminoso del proyecto, impidiendo el diálogo y sacrificando cualquier progreso intelectual. Este impedimento derivará en un enfoque de tradiciones confinadas cada una en sí misma. Esto genera una decepción, donde la comunicación es dificultosa dentro de las discontinuidades históricas, las revoluciones intelectuales y las rupturas epistemológicas. Por lo cual, debe haber herramientas metodológicas como cabezas de puente racionales que permitan el diálogo por encima del precipicio de dichos intervalos. Por ello, en una historia, debiera ubicarse entre paréntesis la mayoría de las cuestiones concernientes a la referencia y a la verdad. Un autor de una historia le interesa reconocer lo que cada agente histórico hubiera dicho en respuesta a sus contemporáneos, y proveer la comunicación entre todos ellos y además entre sus predecesores y sus sucesores. En este sentido, todos los juicios filosóficos son tentativas de situar las opiniones propias del historiador acerca del objeto de estudio, en enlace con un relato acerca del descubrimiento gradual, de un vocabulario unificado en el cual se puedan formular preguntas para las cuales la propia opinión fueran respuestas. La elección de esta selección dependerá de sus intereses especiales en el ámbito de la filosofía.
El filósofo que hace historia de la filosofía percibe los documentos y escritos como ordenados alrededor de ciertos problemas ciertamente filosóficos, separando la discusión de esos problemas de aquellos coyunturales epocales. Esta percepción del filósofo, ubica y califica en un reticulado valorativo, suponiendo acordar una idea y proyecto acerca de la relación entre la historia intelectual y la realidad de las cosas. La concepción de un lugar propio requiere de un mundo intelectual lacrado, un determinado esbozo de la realidad y por lo tanto de los problemas que la realidad propone al investigador. A la sazón, un historiador intelectual trabaja en los significados de expresiones pasadas, mientras que un historiador de la filosofía, indaga la relación entre ese uso y la realidad de los mundos físico y moral. Pues bien, se plantea un problema, pues el historiador de la filosofía puede estar de acuerdo con el juego de lenguaje del otro histórico pero una actividad diferente es traducir ese lenguaje al propio. Por ello, se puede dominar con lucidez una historia intelectual y otro asunto es estar entrenado para descifrar una de los enunciados citados en ella, de modo tal que permita confrontarla con la realidad del mundo. La idea de plantear el problema por el significado o la referencia, o ambas, entre los términos empleados en una frase, ha creado un debate entre filósofos de la ciencia y los filósofos del lenguaje eclipsando sus tareas y de sus métodos.
El problema de la significación y la referencia se ha separado de la práctica de la interpretación, resultando dificultoso que los historiadores dispongan de una teoría de la interpretación. El historiador no necesita fundamentos de la práctica de la interpretación, sino poder descubrir cuándo puede excluir los enunciados en que tales problemas de interpretación parecen irresolubles y circunscribirse a aquellas frases dónde hay posibilidad de labrar una traducción de otras frases. Por ello, una traducción con estas características quizás no sea literal, pero puede ser correcta. A través de la excepción de algunas frases como irrelevantes, para los propósitos del historiador de la filosofía y para los propósitos que el propio filósofo investigado se hubiera fijado, el filósofo del pasado podrá renovar sus ideas ante un nuevo público. Una historia, pues, será congruente cuando descubra que algunos de sus textos y/o documentos son centrales y otros periféricos, algunos filosóficos y otros no.   Otro tema a considerar es cuando el historiador de la filosofía habrá de tener un criterio en cuanto a sí mismo y su actividad, i.e, la centralidad entre la filosofía moral o la epistemología o que escuelas o movimientos de la filosofía contemporánea deben ser considerados como importantes. Precisamente, debido a estas discrepancias se funda las diferencias entre los historiadores de la filosofía a la hora de comparar sus trabajos.
Habiendo hecho estas aclaraciones conceptuales, se observa que la labor del historiador intelectual y del historiador de la filosofía son muy distintas, promoviendo dos variedades diferentes de historia. Los primeros pensarán del segundo como un propagandista o promotor, alguien que transcribe el pasado a favor de una de los grupos del presente, no interesándose de la verdad histórica. En cambio, el segundo opinará del primero que es un coleccionista de antigüedades, que no se apasiona por la verdad filosófica. Se requiere, por ende, de la creación de un tercer género, una equidistancia entre enfoques más filosóficos que la historia intelectual y más históricos que una historia de la filosofía. Esta discrepancia es, quizás, generada por una intentona por una minuciosidad en lo conceptual ante la historia o la filosofía, como designaciones naturalizadas de búsqueda de la verdad. La pertenencia de la historia que es el pasado y los problemas atemporales es ámbito de la filosofía.
Intentar hacer una diferencia entre el conocimiento de la relación del pasado con el presente y el conocimiento acerca del pasado en sí mismo, genera falsos problemas. Es necesario, pues, diferenciar entre el conocimiento acerca de la relación de la realidad de nuestras mentes, nuestros lenguajes y nuestros intereses y propósitos y el conocimiento acerca de la realidad tal como es en sí misma. La posición de persistir en los problemas filosóficos y evitar el apego a las cuestiones pasadas es menos desatinada que la de empeñarse en el pasado y soslayar su relación con el presente. Esto es sólo convenido enumerando lo que ha de estimarse como los problemas filosóficos, mientras no haya posibilidad de señalarse en el pasado. Es factible definir una cuestión calificándola como filosofía detallando una distinción de lo que es y no es, pero hay una imposibilidad de demarcar cosa alguna para denominarla como historia.
La determinación de los textos de historia intelectual e historia de la filosofía, muestra dos tipos ideales imposibles de realizar. Aun, la identificación de un historiador intelectual y de un historiador de la filosofía también serían construcciones ideales. El ideal se desdibuja cuando el historiador debe ser selectivo para poder iniciar su trabajo, eligiendo algunos textos como importantes y confinando a otros como de menor envergadura. Ningún historiador intelectual podrá esquivar este procedimiento de elección, influenciado por el saber que posee acerca de la ciencia, la teología, la filosofía y la literatura de la actualidad. Una historia intelectual, no puede ser escrita por aquellos que ignoran la cultura de sus presuntos lectores, porque una cuestión es el paréntesis de cuestiones de verdad y de referencia y otra muy distinta es desentenderse de cuándo surgen esas cuestiones. Por lo tanto, la construcción de estos dos tipos ideales y de la demostración de que son meramente elaboraciones abstractas, consiste en indicar que no hay una división categórica entre las funciones de la historia intelectual y la historia de la filosofía. Persistentemente uno y otro se corregirán y actualizarán mutuamente.

Una historia de la filosofía debe escribirse con el mayor autoconocimiento, con la comprensión de la complejidad de los intereses contemporáneos para los cual un objeto del pasado pueda ser seductor para los mismos. La filosofía analítica, pues, ha obrado en contra de esta autoconciencia o autoconocimiento. El método de la filosofía analítica consiste en extraer los elementos verdaderamente filosóficos, presentes en la obra de filósofos del pasado, excluyendo como irrelevantes sus capitales religiosos, científicos, literarios, políticos o ideológicos. Hay una habitualidad en atender los logros de la filosofía analítica en sí misma, desplazando las preocupaciones religiosas, científicas, literarias, políticas o ideológicas de la actualidad, al igual que las producciones y desarrollos de los filósofos de la actualidad que no pertenecen a la corriente analítica. Entonces, la principal tarea del historiador de una disciplina científica es la de comprender cuándo y por qué variaron estas cuestiones. Al interpretar las figuras del pasado análogamente como desarrolla su actividad la filosofía analítica en la actualidad, los filósofos obstruyen muchas alternativas de análisis, dónde las obras de figuras del pasado naturalmente calificados como filósofos conducen a otras actividades que se pesriste en la actualidad.

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