La democracia de masas.

En los siglos XVIII y XIX, el concepto moderno de representación política estaba encaminado a la resolución de intereses generales de una comunidad de ciudadanos con la autonomía, concibiendo y manifestando sus preferencias, sumándose a un Estado-nación a partir de la noción de ciudadanía universal y soberanía nacional. La teoría clásica de la representación tiene cinco argumentos medulares de la representación política, a saber, la necesidad de designar representantes que sustituyan al pueblo y que sean mejores que aquél, la exigencia de atender al bien general y no a intereses particulares, la necesidad de la deliberación racional entre argumentos para que triunfe el mejor de entre ellos, la consecuente neutralización de las pasiones y la libertad de los mandatos. Éstos fueron desarrollados en un contexto caracterizado por una posición universalista ilustrada, fruto de las revoluciones burguesas, que ubicaba a la representación como un proceso mediador entre el ámbito privado de una sociedad civil compuesta por individuos y el ámbito de lo público del sistema político (Rosanvallon 1992).
Con el suceso de la emergencia de la sociedad industrial, compuesta por grandes conglomerados de personas con intereses corporativos o de clase, seguido de las expansiones del sufragio a partir de fines del siglo XIX y culminando con el sufragio universal; las teorías clásicas, acerca de la representación política, dejaron de ser óptimas para el análisis de los regímenes democráticos (Bobbio 1993). Los partidos políticos transformaron su semblante y la forma de su organización, pasando a constituir una competencia política en los regímenes políticos occidentales (Schumpeter, 1963). En el mundo moderno, pues, ya no se pudo concebir la relación de representación política sin considerar a los partidos políticos. Esto reencauzó a la filosofía política, considerando a los mismos como instituciones imprescindibles en los sistemas democráticos representativos. Con la consolidación de los partidos políticos en la representación política, comenzó a prevalecer sus estructuras organizativas, los programas de gobierno y la disciplina partidaria (Michels, 2003).  La anexión de los partidos políticos en la representación política incide dramáticamente en la relación representativa.
Para Mosca (2004), las masas dominadas despliegan presiones sobre el poder e instigan en las decisiones que adopta la clase dominante. La insatisfacción popular puede provocar la remoción de una clase, siendo reemplazada por otra surgida de las masas, la cual profesará las funciones de una clase dominante. El poder de la clase dominante y la fragilidad de su predominio descansan en la realidad, de que es una minoría organizada, acompañada por una mayoría desorganizada. La condición de desorganización de la mayoría genera un contexto de incompetencia frente a la minoría. Esta minoría organizada alrededor de una clase política (Mosca, 2004) no legitima su poder sólo con la tenencia, sino que intenta darle una estructura moral y legal. Justifica su posición, pues, anunciándose como consecuencia necesaria de doctrinas y creencias generalmente contempladas y aceptadas en la sociedad regida por esa clase. Según Mosca, la clase política necesita un sedimento social que le ayude a gobernar: la clase media. Ante su ausencia, la organización sería imposible, ya que el primer estrato no alcanzaría por sí sólo para organizar y encaminar la acción de las masas.

Michels (2003), por su parte, explica que esta clase política tiene una inclinación hacia la oligarquía. La organización, como herramienta de una minoría de imponerse frente a la masa, se dirige, inexorable, hacia la oligarquía, ya que favorece cambios profundos en la masa organizada, invirtiendo la posición de los conductores y los conducidos. Como efecto, todas las agrupaciones llegan a dividirse en una minoría de directivos y una mayoría de dirigidos. Con el progreso de la organización la democracia tiende a menguar. Según Michels, las masas necesitan del liderazgo, descansando contenidas y satisfechas de que otros se ocupen de sus asuntos. Las considera apáticas, por lo que imprescindiblemente requieren de un líder. La incompetencia de las masas en su vida política, constituye el fundamento del poder de los líderes. Igualmente, Michels defiende al sistema democrático, pero a la vez advierte de sus defectos. Por ello, plantea practicar la democracia como forma de vida social, pues esta forma de organización política es la menos perniciosa. Las fallas, pues, de la democracia provocan el retorno de la aristocracia.

Fuentes:
Bobbio, N. (1991): “La Revolución Francesa y los Derechos del Hombre”. En El Tiempo de los derechos. Madrid: Editorial Sistema.
_________ (1993). “El futuro de la democracia”. En El futuro de la democracia, Buenos Aires: FCE.
Manin, B. (1992): “Metamorfosis de la representación”. En Dos Santos, Mario (compilador): ¿Qué queda de la representación política? Caracas: CLACSO-Nueva Sociedad.
________ (1998): Los principios del gobierno representativo. Madrid: Alianza.
Michels, R. (2003): “Los partidos políticos”. En Los partidos políticos I. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna. Buenos Aires: Amorrortu.
Mosca, G. (2004): La Clase política. México: FCE
Rosanvallon, P. (1992): “La representación difícil. Reflexiones sobre el caso francés”, en dos Santos, M. (coord.): ¿Qué queda de la representación política? Caracas: CLACSO-Nueva Sociedad.
Schumpeter, J. (1963): “Otra teoría de la democracia”. En Capitalismo, Socialismo y Democracia. México: Editorial Aguilar.

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