Análisis del texto de Manuel Vázquez "De la historia de los conceptos a la filosofía política"
El objeto del artículo es la teoría de la
historia de R. Koselleck.
La oposición que existe entre la metáfora
y concepto, i.e., historia conceptual y metaforología, señala la diferencia
entre dos intentos teóricos representados por el historiador Koselleck y el
filósofo Blumemberg. La perspectiva del análisis del artículo de Manuel Vázquez
es meramente metodológica, i.e., trata de describir cómo se presentan y
funcionan en el interior del discurso de Koselleck dos metáforas bien
concretas: el espejo y el horizonte.
La construcción de un futuro que intentan
delinear los Hombres, posiblemente sea el futuro pasado de la historia que narra
Koselleck. Las contingencias por venir ya están contenidas de alguna forma en
las constituciones y conceptos que consideraría un observador contemporáneo sobre
el pasado. Lo que hubiera podido ser, por una causa u otra no hubiera
fracasado. ¿Basta con la contemplación de las posibilidades que ahora ya
simplemente constituyen el futuro pasado de la historia? Se pregunta Manuel
Vázquez.
La tiranía de la objetividad sugiere la desarticulación
de la subjetividad, para que emerja en los discursos la verdad de los
acontecimientos pasados sin deformaciones. Este ideal objetivo, semejaría a una
barahúnda entre el acontecimiento pasado y su narración presente. Kosellek aclara
que esta supuesta objetividad que requiere el trabajo del historiador se la
puede explicar a través de una metáfora. La metáfora que piensa Koselleck es la
del espejo, i.e., aquel realismo ingenuo que espera aparecer intacta la verdad
de las historias. La función del historiador sería reflejar como un espejo la
realidad histórica narrada. Esta verdad de la imagen reflejada consiste en su
perfecta armonización con la imagen original, posibilitando la construcción de
una historia que ofrezca un repertorio de enseñanzas morales que influencien a
las generaciones presentes. El estadio del espejo como metodología para la
historia, estaría al provecho de un narcisismo epistemológico ontológicamente
ingenuo. Este cuadro de situación reduccionista de la historia debe ser reconstruido
hacia un modelo más complejo. La pluralidad con que se presenta el pasado sólo
se permitiría representar como un escenario ocupado por una multiplicidad de
espejos, transversal de una diversidad de perspectivas, no reducibles a la conformidad
de una sola historia.
El uso de la metáfora del espejo incluye
tanto el ideal como la dificultad que guía la narración histórica. Además, el
uso de la metáfora, contiene el ajuste perfecto entre el original y su imagen, entre
el acontecimiento y su relato. El historiador ofrece una imagen para sus
contemporáneos, a través de un método aséptico y transparente. Para Koselleck,
esta gesta del historiador tiene mucho de conquista y creación. Ahora, este
entramado retórico y metodológico se ve transformado con la modernidad. Se
objetan estas metáforas pre-modernas de la objetividad, v.g., la del espejo, que
orientan a relatos históricos sin añadidos, ni ambigüedades. Koselleck traza
como límite al siglo XVIII. Hasta este siglo esta forma de percepción de la
realidad permanecerá constitutiva del relato histórico.
La disolución del modelo contemplativo van
de la mano con el diseño epocal de la Ilustración y las desconfianzas del valor
cognoscitivo de generaron los anales históricos. La contradicción que genera el
acontecimiento y el discurso ya no se supera por medio de un realismo ingenuo.
Se desarticula la relación lineal teórica entre hechos y discurso. Esto admite
la renuncia del modelo pedagógico-moral otorgado al pasado, como también la
experiencia temporal del presente continuo en que quedaba confinada la historia
vedada por su horizonte visual. Hay una desvalorización del monopolio del
sentido de la vista.
La posibilidad de fundar una nueva
historia es a través de dos categorías meta-históricas como el campo de
experiencia y el horizonte de expectativas. La incesante fractura y el
constante desplazamiento admite estos cambios paradigmáticos. El pasado como
espacio paradójico, desarticulado y cercenado de la experiencia, convertido
como pasado actual cuyos acontecimientos han sido integrados. Este recorte y
expectativa, también se plasma en el presente y es un futuro actualizado, teniendo
aún lo no experimentado, sólo a lo percibido. Experiencia y expectativa son advertidas
no sólo temporalmente en tanto pasado y futuro, sino que además,
metafóricamente. Si en un suceso el referente es espacial, i.e, campo de
experiencia; en el otro es visual, i.e., horizonte de expectativas. Si la
experiencia y el pasado aluden a la metáfora espacial del campo de experiencia,
otro es el caso del horizonte de expectativas vinculado al fenómeno de la
visión. La línea del horizonte delimita la vastedad de la visión, detrás del
mismo, lo insondable. Ese futuro más allá de aquel que se puede representar
debe ser inimaginable. Cuando deja de ser irrepresentable se convierte en un
relato planificado, calculado, predictivo… No hay conocimiento posible cuando
hay un más allá del horizonte todavía no conocido, i.e., la expectativa de la
expectativa, la pura posibilidad.
Al haber esta asimetría básica entre pasado
y futuro, no hay forma de teorizar las expectativas por venir de las
experiencias pasadas. Pasado y futuro jamás se superponen, paralizando
cualquier proyecto de construir un modelo especular sobre la experiencia y las
expectativas. Experiencia y expectativas tienen la suficiente relación como
para que la continuidad no se desmorone. Son lo suficientemente diferentes como
para que las expectativas no sean íntegramente deducibles de las experiencias
habidas. El acontecer de la historia no se resume en el encadenado cronológico
de los sucesos, tampoco se asimila a la sucesión regular de los fenómenos
naturales.
El Hombre, pues, queda escindido entre el
conjunto de experiencias hechas y el horizonte de expectativas proyectadas.
Ninguna de ellas le entrega su imagen integral. La experiencia específica de la
modernidad es alcanzar la determinación de su propio rasgo, no interesa que sea
provisional, efímera, aunque quede indeterminado el carácter de posibilidad de
su propia autodeterminación. Entonces, es un procedimiento de engendramiento,
dónde el sujeto sólo se deja determinar por la especulación del proceso sin que
éste sea por eso determinado. El sujeto moderno, sólo alcanza a ser finito y
determinado a costa de una infinitud indeterminante que lo aventaja. En esa
paradoja insalvable se basa la imprecisión del concepto moderno de historia. La
única certeza futura es esta incognoscibilidad, por ello la totalidad de la
historia siempre es abierta.
El espacio concebido por Koselleck, presenta al horizonte a partir del límite que posee. Se ajusta
a lo abierto y visible, apto para ser representado cuando se hace un uso
categorial de la experiencia. La intención de Koselleck es tornar a la
experiencia y las expectativas en categorías del conocimiento capaces de favorecer
la construcción de una historia. Esta posibilidad del tiempo y del conocimiento
histórico, junto a las categorías que sirven esta finalidad, pueden ser consideradas
como trascendentales. No podremos obtener la variedad de historias empíricas,
concretas y particulares, a partir de las meras nociones de experiencias y
expectativas. La historia específica se formaliza en la intersección de ciertas
experiencias y ciertas expectativas. Por lo cual, se puede comprender la
condición trascendental que se le admite. Koselleck recalca la posibilidad de
la historia, además de la posibilidad de conocimiento histórico. Las
circunstancias propicias de una historia real son al mismo tiempo las de su
conocimiento. Por lo tanto, el fundamento ontológico del conocimiento y la
historia debe ser calificado como trascendental. En este sentido, las
categorías de experiencia y expectativa aspiran a un poder explicativo más
profundo, difícilmente superable de generalidad. Si bien se enseñan como una
pareja conceptual con aspectos de oposición, contradictoriamente se complementan,
i.e, no hay expectativa sin experiencia, no hay experiencia sin expectativa. En
la habilitación de este par opuesto, hay historia y sentido. Esta construcción
significativa no evoca a algo ajeno y externo, sino a una relación
empíricamente entre expectativa y experiencia.
Kolsellek advierte que se presenta una
arista de indeterminación y desconcierto en el paso que va de las expectativas
anticipadas a las experiencias realizadas, i.e, del futuro por venir al futuro
pasado. La productividad del tiempo coligada a su continuación, muestra la diferencia
entre experiencia y expectativas. La diferencia abierta por la productividad
del tiempo es convertida en característica estructural de la historia.
Concluyendo, lo sucedido nunca es equivalente
a lo precedente. La sucesión es para la historia la reiteración de la
diferencia, i.e, la diferencia entre experiencias y expectativas. Lo imprevisto
y novedoso queda como posibilidad. No hay uniformidad entre el orden Humano de
expectativas y el orden de los acontecimientos, por ello hay historia. Hay una vaivén
indomable en los contenido de los datos previos, i.e, los Hombres deciden. Esta
decisión es inhábil de resolver sobre aquello que le permite tomar resoluciones.
Al estar carente de la información ocular sobre el hecho, no hay historia, ni tampoco
hay probabilidad de verse reflejado en el espejo. Cuando las acciones de los Hombres
se supriman, i.e, no haya reflejo limitándose entre sí, se dispensarán pares de
conceptos asimétricos y técnicas de negación que interceptarán en los
conflictos hasta que aparezcan otros conflictos. Estos pares de conceptos
asimétricos que descartan el reconocimiento, i.e., el reflejo, apuntan a una carencia,
apuntan, v.g., a una relación asimétrica y desigual entre contrarios.
Si los Hombres intervienen en la historia
es porque no disponen de los que determina su actuar. A su vez, porque hay
conflicto, hay historia, i.e, por causa de lo irresoluble del conflicto la
historia es posible. Toda solución será
siempre fragmentaria y local, nunca solución de la naturaleza conflictiva del
hombre. Por lo tanto, la solución final del conflicto semejaría a la disipación
de la historia.
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