El desterramiento del hombre moderno
El desterramiento del hombre moderno
por Prof. Lic. Alberto Horacio Rodríguez
rodriguezgaley@gmail.com
La definición de la
Introducción, el ser es lo transcendente
por antonomasia, extracta el arte en que la esencia del ser se le ha manifiesto
hasta ahora al hombre en su claro. Este enunciado de la esencia del ser a
partir del claro de lo ente, invita a la pregunta por la verdad del ser. Así,
el pensar da testimonio de su esencia destinal. No es el objetivo de Heidegger
volver a empezar desde el principio tras declarar falsa toda filosofía anterior.
La original pregunta que ambiciona pensar la verdad del ser es si la definición
del ser en cuanto puro transcendente alude o no la esencia simple de la verdad
del ser. Por eso, sólo a partir de la verdad del ser, se podrá entender cómo es
el ser. El ser le abre su claro al hombre pero esta intención no crea el ser.
El proyecto es
esencialmente un proyecto arrojado. El que expele en ese proyectar no es el
hombre, sino el ser mismo, que destina al hombre a la existencia del ser-aquí
en cuanto su esencia. Este destino acontece como claro del ser, y éste sólo es
como tal. El claro avala y salvaguarda la proximidad al ser. En dicha
proximidad, en el claro del “aquí”, habita el hombre en cuanto existente, sin
que sea ya hoy competente de advertir ese habitar ni de admitirlo. La
proximidad “del” ser, en que consiste el “aquí” del ser-aquí o Dasein, ha sido enfocada a partir
de Ser y tiempo en
el discurso sobre la elegía de Hölderlin “Heimkunft” (1934). Ha
sido auscultada en su expresar más agudo en el propio poema cantado por el
poeta y ha sido señalada como “patria” desde la experiencia del olvido del ser.
Esta palabra está asumida aquí en un sentido primordial que no es ni patriótico
ni nacionalista, en el sentido de la historia del ser. La esencia de la patria,
al mismo tiempo, ha sido mencionada con el propósito de cavilar la apatricidad
o desterramiento del hombre moderno desde la esencia de la historia del ser. El
último que sufrió tal desterramiento fue Nietzsche. La única escapatoria que encontró
fue la inversión de la metafísica desde ella misma. Pero esto expresa el
cumplimiento de la falta de respuestas. Cuando compone su poema “Heimkunft”, Hölderlin se preocupa que
sus paisanos no encuentren su esencia. No escarba esta esencia en el egoísmo de
su pueblo, sino que la vislumbra desde la pertenencia al destino de Occidente.
Occidente no está considerado de modo territorial, como lo opuesto a Oriente,
ni como Europa. Lo germano no es algo que se ofrece al mundo para que mejore y obtenga
su salud en la esencia alemana, sino que se le proclama a los alemanes que, comenzando
desde su pertenencia destinal a los pueblos, entren con ellos a formar parte de
la historia universal. La patria de este vivir histórico es la proximidad al
ser.
Es en esta proximidad donde
se devora la decisión sobre si acaso el dios y los dioses se niegan a sí mismos
y permanece la oscuridad, si acaso alborea el día de lo sacro, si puede
comenzar de nuevo en ese amanecer de lo sacro una manifestación de dios y de
los dioses. Pero lo sagrado, que es el único espacio esencial de la divinidad,
sólo llega a revelarse si el ser mismo se ha abierto en su claro y llega a ser
experimentado en su verdad. Así emprende, a partir del ser, la superación de
ese desterramiento por el que no sólo los hombres, sino la esencia del hombre,
vagan sin rumbo.
El desterramiento así
pensado reside en el abandono del ser de lo ente. Es la señal del olvido del
ser, a consecuencia del cual queda impensada la verdad del ser. El olvido del
ser se pregona en el evento de que lo único que el hombre especula y vuelve
siempre a tratar es lo ente. Al hacer esto el hombre no puede impedir tener una
representación del ser, pues el ser se explica solamente como lo más general de
lo ente, y que por lo tanto lo engloba por completo, o como una engendro del
ente infinito o como lo formado por un sujeto finito. El ser aparece, desde
tiempos pretéritos, en lugar de lo ente, y viceversa, los dos se mezclan y
envuelven en una extraña confusión todavía impensada.
El ser permanece oculto.
El desterramiento sobreviene
un destino universal. Es necesario deliberar dicho destino desde la historia
del ser. Esto que, partiendo de Hegel, Marx distinguió como extrañamiento del
hombre sumerge sus orígenes en el desterramiento del hombre moderno. Tal
desterramiento está excitado por el destino del ser bajo el método de la
metafísica, consolidado por ella y velado también por ella en cuanto
desterramiento. Al comprobar el extrañamiento, Marx ingresa en una proporción
esencial de la historia por lo que el reparo marxista de la historia es rector
al resto de las historias. Pero como ni Husserl ni Sartre reconocen la
esencialidad de lo histórico en el ser, por ello ni la fenomenología ni el
existencialismo consiguen ese espacio en la que resultaría posible por vez
primera un diálogo productivo con el marxismo. Pero
para eso además es necesario despachar a las representaciones cándidas que se
suelen tener del materialismo, así como de las detracciones vulgares que se le
suelen echar en cara. La esencia del materialismo no radica en la aseveración
de que todo es materia, sino en una osadía metafísica según la cual todo ente surge
como material de trabajo. La concepción metafísica moderna de la esencia del
trabajo ha sido madurada ya en la Fenomenología
del espíritu de Hegel, como objetivación de lo ciertamente real
por parte del hombre, experimentado éste como subjetividad. La esencia del
materialismo se oculta en la esencia de la técnica. Ninguna metafísica, ya sea
idealista, materialista o cristiana, puede, según su especie, rescatar todavía
el destino, es decir, alcanzar y recoger con su pensamiento lo que, en un
sentido pleno del ser, es ahora.
A la vista de su esencial
desterramiento, el futuro destino del hombre se le muestra al pensar que piensa
la historia del ser en el hecho de que el hombre encuentra un camino hacia la
verdad del ser y emprende la marcha hacia tal encuentro. Todo nacionalismo es,
metafísicamente, un antropologismo y, como tal, un subjetivismo. El
nacionalismo no es superado por el mero internacionalismo, sino que simplemente
se amplía y se eleva a sistema. El nacionalismo se acerca tan poco a la
humanitas de este modo como el individualismo mediante el colectivismo
ahistórico. Este último es la subjetividad del hombre en la totalidad. El
colectivismo consuma la autoafirmación incondicionada de la subjetividad y no
permite que se vuelva atrás. Ni siquiera permite que se la experimente
suficientemente mediante un pensar parcialmente mediador. Expulsado de la
verdad del ser, el hombre no hace más que dar vueltas por todas partes
alrededor de sí mismo en cuanto animal racional.
Heidegger,
Martin, Carta sobre el humanismo,
trad. Helena Cortés y Arturo Leyte, Madrid, Alianza, 2001
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