Tecnologías de género

Tecnologías de género


por Prof. Lic. Alberto Horacio Rodríguez
rodriguezgaley@gmail.com

La conformación de la identidad personal es una configuración muy compleja interviniendo una multiplicidad de factores, desde propensiones individuales hasta la asimilación de diversas facultades originadas en el proceso de socialización y educación, pero evidentemente un elemento importante en la constitución de la subjetividad es la determinación de género, cimiento fundamental sobre el que se organiza la identidad del sujeto.
Usualmente el sentido común considera que el sexo es el factor determinante de las diferencias observadas entre varones y mujeres y que es el promotor de las diferencias sociales existentes entre las personas sexuadas en masculino o femenino. Pese a esto, desde hace unas décadas, se distingue que en la configuración de la identidad masculina o femenina median no sólo factores genéticos sino estrategias de poder, dispositivos simbólicos, psicológicos, sociales, culturales etc., es decir, mecanismos que nada tienen que ver con la genética pero que son condicionantes esenciales para la contextura de la identidad personal. Por ende, se considera que en el sexo permanecen gran parte de las diferencias anatómicas y fisiológicas entre varones y mujeres, pero que el resto pertenecen al hegemonía de lo simbólico, de lo sociológico, de lo genérico y que, consecuentemente, los sujetos no nacen resueltamente como varones o mujeres sino que la construcción de la masculinidad o de la feminidad es el consecución de un largo proceso, de una arquitectura que se va trenzando en interacción con el medio familiar y social.
El desarrollo del concepto “la tecnología del género” de la autora feminista Teresa de Laurentis, desempeña una función privilegiada en esta construcción. Tecnología del género es una noción elaborada a partir de la tesis foucaultiana de “tecnologías del sexo”. Foucault en el primer volumen de La Historia de la Sexualidad, La Voluntad de Saber, define que la sexualidad no es un impulso natural de los cuerpos sino que “el sexo, por el contrario es el elemento más especulativo, más ideal y también más interior en un dispositivo de sexualidad que el poder organiza en su apoderamiento de los cuerpos, su materialidad, sus fuerzas y sus placeres” . Según Foucault, no se debe concebir la sexualidad como una cuestión privada, íntima y natural sino que es totalmente construida por la cultura hegemónica, es el colorario de una “tecnología del sexo”, definida como un conjunto “de nuevas técnicas para maximizar la vida” , extendida y propagada por la burguesía a partir del siglo XVIII con el objetivo de garantizar la durabilidad de clase y el amparo de su poder. Entre esas tecnologías del sexo engloba Foucault los discursos religiosos, las prácticas legales, el discurso científico o médico etc., en definitiva, una serie de prácticas discursivas narrativas, prescriptivas o prohibitivas. Para en la exploración foucaultiana las prohibiciones y las prescripciones o definiciones referentes a la conducta sexual no sólo vedan o reprimen la sexualidad sino que engendran.
Pues bien, Teresa de Lauretis habla de “la tecnología del género”, razonando que el género, al igual que la sexualidad, no es una expresión natural del sexo o la formulación de características específicas de los cuerpos sexuados en masculino o femenino, sino que los cuerpos se asemejan a una superficie a esculpir. Los modelos y representaciones de masculinidad y feminidad divulgados por las formas culturales hegemónicas de cada sociedad según las épocas. Entre las prácticas discursivas preponderantes que actúan de “tecnología del género” la autora incluye el sistema educativo, los discursos institucionales, prácticas de la vida cotidiana, la producción cinematográfica, los medios de comunicación, los discursos literarios, históricos etc. Todas las instrucciones o prácticas que se utilizan en la praxis y la cultura dominante para rotular, especificar, tallar o representar lo femenino o masculino, organizan así que “la construcción del género es el producto y el proceso tanto de la representación como de la autorrepresentación” .
Otro abordaje del tema de la jerarquía o asimetría que exhiben los géneros es demostrando una manifestación de la bipolaridad inherente a la estructura lógica del pensamiento occidental, fundamentada en el dualismo ontológico de Platón. La consecuencia del dualismo platónico es la estructuración de nuestro sistema de pensamiento de una forma dual de modo que cada componente de ese ordenamiento dimórfico tiene su opuesto con lo que se constituye una organización bipolar tal y como se puede observar en las siguientes bivalencias: espíritu/naturaleza, mente/cuerpo, alto/bajo, blanco/negro, verdadero/falso o varón/mujer. Las dos expresiones de la bipolaridad, sin embargo, no tienen el mismo valor, pues uno siempre es positivo y el otro negativo, produciéndose una jerarquización entre las partes, una priorización del primer término sobre el segundo y una importante dicotomización de la realidad debido al efecto de polaridad paralela que enlaza polos positivos con otros positivos (por ejemplo el concepto “alto” lo asociamos con ideas como “elevado” o “superior” y “blanco” con “níveo” o “angelical”) y polos negativos con otros negativos (el vocablo “bajo” lo enlazamos con nociones como “inferior” o “ínfimo” y “negro” con “oscuro” o “tenebroso”) lo que confirma y refuerza el escalafón.
La lógica binaria aplicada al par hombre/mujer justifica una noción asimétrica de los sexos, que el varón (identificado con la Cultura) haya sido considerado superior a la mujer (asimilada a la Naturaleza) y que la mujer haya sido valorada como lo otro. Lo otro en el sistema dicotómico occidental no consiente al estatuto humano, a la racionalidad, ya que está entrañablemente atado al cuerpo, a la naturaleza, a lo irracional. De hecho desde Platón se especula que la mujer está separada del logos, que sólo participa inconclusamente e inapropiadamente de la racionalidad. Esto es lo que explica el carácter falocéntrico de nuestra cultura, es decir, el hecho de que el varón se establezca como medida y canon de todas las cosas y que las mujeres hayan sido pensadas como un ser imperfecto, castrado respecto al prototipo de la humanidad.

Bibliografía
Lauretis, T., Diferencias. Etapas de un camino a través del feminismo. Madrid: Horas y Horas, 2000.
Foucault, M., Historia de la Sexualidad. La Voluntad de Saber. Madrid: Siglo Veintiuno, 1992.
Boff, L. y Muraro, R. M., Femenino y Masculino. Una nueva conciencia para el encuentro de las diferencias. Madrid: Ed. Trotta, 2004.

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