Educación por competencias
La educación y
formación universitaria, antes de las últimas reformas, se orientaban al
desarrollo de las capacidades intelectuales del educando, relegando de los
posibles campos y de las posibles formas de sus usos, empleos o aplicaciones.
Hoy la educación y formación universitarias se encaminan a desarrollar aquellos
conocimientos para ser aplicados a determinadas competencias. Mientras que la
educación y formación universitarias orientadas al desarrollo de las
capacidades se edifican cimentándose en las “libertades” concretas de los
individuos, la educación por competencias instrumentaliza los conocimientos y
refuerza su utilitarismo.
Los promotores de
las competencias han tratado de incorporar éstas a la educación universitaria,
sin una previa reflexión crítica. ¿Qué significan las competencias? ¿Cuál es su
origen y de dónde proceden? ¿Cuál es su contexto ideológico? Es decir, las
contradicciones ocultas entre el modelo de saberes y destrezas propios de las
competencias y el conocimiento científico, teórico y crítico. El conocimiento
que hace pensar y desarrolla el pensamiento, que siempre había sido propio de
la educación secundaria y universitaria. Para remediar esta falta de proceso
crítico de las competencias y su adaptación a los sistemas académico
científicos de la Universidad, los teorizantes de las competencias han
procedido de manera inversa: adaptar los métodos y procedimientos
epistemológicos propios de la docencia universitaria al programa de las
competencias. Varias son las secuelas. En unos casos, la aplicación de las
competencias a la docencia universitaria desmantela la especificidad científica
y académica de ésta, cambiando la formación de los futuros profesionales. En
otros casos, la introducción de las competencias es casi más nominativa que
efectiva, efectivo en algunos campos más apropiados a este modelo educativo,
pero irrelevante en otros espacios del saber y la formación universitaria.
Aunque como escenario intermedio o de transición encontramos propuestas
híbridas, que pretenden fusionar con más o menos coherencia un modelo
académico-científico de docencia universitaria con una enseñanza y aprendizaje
articulado por competencias. A pesar de todo esto, lo que aparece claro es que
el programa de las competencias ha encontrado mayores resistencias en
instituciones donde hay un arraigado pensamiento educativo, mucho más sólido y
con mayor tradición, mientras que las competencias dominan en los sistemas
educativos e instituciones universitarias más nuevas y sin una fuerte tradición
educativa y científica.
Son muchos los autores que ven en estos
nuevos paradigmas educativos el oscurecimiento del saber y el proceso hacia una
sociedad de la ignorancia. Tras el imperceptible cambio de orientación se
oculta la gestación del proyecto neoliberal de reformar los diferentes ámbitos
de la vida social según el modelo del mercado económico y en especial los dos
espacios que más resistirían a sus pretensiones: la política y el conocimiento.
Remotamente de orientarse al desarrollo de la autonomía intelectual del
estudiante y de la racionalidad teórica y práctica de sus facultades, la
educación por competencias certifica exigencias de facilidad y utilidad, cuya
lógica dominante son las demandas de mercados. El propósito de este aprendizaje
no es más que la normalización disciplinaria, adaptada al utilitarismo neoliberal.
La lista de competencias propuestas según la disciplina se establece de manera
exterior al estudiante. Debe adquirirlas, al margen del desarrollo de sus
elecciones y proyectos, marginadas de la estructura y fases del proceso de
aprendizaje. Las competencias presuponen en definitiva un Hombre sin propiedades,
un cuenco vacío con la capacidad de adquirir las buenas competencias independientemente
de las cualidades que lo determinan y las que dispone el contexto a la cual
está confrontado. Las competencias suponen un modelo de aprendizaje por
elecciones, como si fueran mercancías de un mercado de baratijas, sin una
racionalidad que las liga entre ellas, y por aditamentos sin una articulación
subjetiva que las organice y les confiera coherencia intelectual. Esto hace que
la adquisición por competencias sea opuesta al real proceso de aprendizaje,
donde la secuencia de conocimientos se articula racionalmente entre sí. Al excluir
el proceso de acaecimiento de lo útil sobre el fondo de lo inútil, el sujeto
aprende efectivamente modulando sus comportamientos propios a la situación
concreta, materialmente determinada, a la cual se encuentra confrontado. La
educación por competencias elimina la eficacia paradójica esencial al proceso
educativo, que consiste en ese aprendizaje por parte del estudiante, que va más
allá de toda la enseñanza, el que es un proceso de socialización, cuya
importancia transciende los procesos de saber y saber-hacer intelectuales. Es
ficticio suponer que la educación por competencias termina por personalizar
éstas en el estudiante, y que pueden llegar a incorporarse como parte de su
formación profesional. Lo que sucede es todo lo contrario: el aprendizaje por
competencias termina formateando la formación profesional del estudiante,
tullendo su desarrollo y creatividad. Es obvio que un modelo de aprendizaje que
no impulsa y provoca desafíos desplaza
la finalidad educativa hacia una laboratorización de la formación, que suplanta
cualquier nueva teoría del aprendizaje por una demanda social de eficacia del
sistema educativo. Se reformulan las exigencias de los empleadores en función
de principios de políticas de gestión de mano de obra y de profesionales
baratos, traducidos en objetivos de aprendizaje. Se considera que las competencias
están dotadas de un valor intelectual autónomo, cuando en cambio se encuentran
estrechamente dependientes de la adaptación a un tipo de sociedad y de demandas
que las valorizan en una racionalidad meramente económica. Las competencias no
es más que aquello que puede ser medido por un test u otro instrumento de
evaluación; más aún las competencias son definidas, enseñadas y aprendidas sólo
para ser evaluadas y medidas. Mientras que cada formación profesional admite
una fundamental subjetividad, y en cierto modo es única, la educación y
evaluación de las competencias reconoce como principio la uniformidad del
aprendizaje. La idea de competencias no se circunscribe a la relación educativa
y al modelo de enseñanza y aprendizaje, sino que se ubica la noción de
competencia en la médula de un nuevo modelo institucional. Esto permite
articular por medio de la educación la valoración del capital propio de cada
individuo, la rentabilidad de la inversión educativa y sus apuestas del
crecimiento económico. De la misma manera que bajo la fase industrial y
productiva del desarrollo capitalista la fuerza de trabajo podía ser vendida
por el obrero como si fuera una mercancía, y el capital podía medirla y
calcularla y, sobre todo, pagarla de acuerdo a sus rendimientos, así también en
la moderna sociedad del conocimiento las competencias tienen la extraordinaria
ventaja de convertirse en una mercancía inmaterial, pero que puede ser
calculada, medida y evaluada, vendida y comprada en los mercados laborales y
profesionales. A diferencia de las titulaciones, que calificaban personalmente
al estudiante y su trayectoria académica, las competencias están fundadas por
perfiles y experticias, y serán objeto de certificados. Los títulos y diplomas
educativos eran conferidos por el Estado y significaban un reconocimiento
social y público; por el contrario, las competencias son certificadas por las
empresas y los mercados.
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